14 - 12 - 2017

Solidaridad y Derechos Humanos


“En definitiva, ¿dónde empiezan los derechos humanos universales? En pequeños lugares, cerca de casa; en lugares tan próximos y tan pequeños que no aparecen en ningún mapa. […] Si esos derechos no significan nada en estos lugares, tampoco significan nada en ninguna otra parte. Sin una acción ciudadana coordinada para defenderlos en nuestro entorno, nuestra voluntad de progreso en el resto del mundo será en vano”. Eleanor Roosevelt

El pasado domingo 10 de diciembre el mundo recordó la trascendencia del documento histórico  que en 1948 proclamó los derechos inalienables inherentes a todos los seres humanos, sin importar su raza, color, religión, sexo, idioma, opiniones políticas o de otra índole, origen nacional o social, propiedades, lugar de nacimiento ni ninguna otra condición.

Gracias a la Declaración Universal de los Derechos Humanos la dignidad de millones de personas se ha visto fortalecida, y se han sentado las bases de un mundo más justo. Aunque aún se cometan atrocidades y quede mucho por hacer,  el hecho de que el documento haya perdurado en el tiempo es prueba inequívoca de la universalidad imperecedera de sus valores eternos sobre la equidad, la justicia y la dignidad humana.

Ahora el mundo se prepara para celebrar el Día Mundial de la Solidaridad, considerado no solo como un valor sino como un derecho. Además, es un principio rector sustentado en el artículo 4 de la Constitución Nacional (la República Bolivariana de Venezuela es un Estado Federal descentralizado en los términos consagrados en esta Constitución, y se rige por los principios de integridad territorial, cooperación, solidaridad, concurrencia y corresponsabilidad). Esta triple dimensión de la solidaridad hace que sea una institución básica dentro del ordenamiento jurídico y de una trascendencia relevante en la protección de la persona humana.

El concepto de derechos humanos se ha ido ampliando progresivamente hasta adquirir nuevos significados. Por ejemplo, en la década de los 80 surgieron las primeras reivindicaciones del cuidado del medioambiente, una cuestión en la que hasta ese momento pocos habían reparado, a pesar de que estaba sugerida previamente en el artículo 25 de la Carta original, que habla sobre la salud.

Fue de ese modo como empezó a hablarse de derechos humanos de segunda generación, que son básicamente los de carácter económico, social y cultural, y más tarde de los derechos de tercera generación, vinculados a valores como la solidaridad.

La solidaridad ha sido desde siempre uno de los valores universales en el que deberían basarse todas las relaciones entre los pueblos en el siglo XXI. Fue ésta una de las principales razones que llevó a la Asamblea General de las Naciones Unidas, en diciembre de 2005, a proclamar el 20 de diciembre de cada año como el Día Internacional de la Solidaridad Humana.

La solidaridad es una cualidad que se basa en la igualdad, la inclusión y la justicia social, la misma supone compromiso entre los distintos miembros de la sociedad y de la comunidad mundial.

Con este propósito, así como con el objetivo de erradicar la pobreza y promover el desarrollo humano y social en los países menos industrializados, la Asamblea General decidió crear el Fondo Mundial de Solidaridad.

La solidaridad es uno de los valores humanos por excelencia, que se define como la colaboración mutua en la personas, como aquel sentimiento que mantiene a las personas unidas, sobre todo cuando se vivencian experiencias difíciles.

La solidaridad trasciende a todas las fronteras: políticas, religiosas, territoriales, culturales, y es más que nada un acto social, una acción que le permite al ser humano mantener y mantenerse en su naturaleza de ser social.

En efecto, la persona solidaria es aquella que manifiesta o expresa un interés y un espíritu de ayuda por los demás. Esta persona trasciende cualquier barrera y supera los límites de las buenas intenciones.

La solidaridad como principio, valor, norma y derecho, hace del hombre solidario un ser inspirado en el deseo de ser siempre útil a la sociedad. La solidaridad como valor es un fin al que todas las sociedades deben llegar; como derecho, se circunscribe en las obligaciones del Estado; y como principio, rige toda producción y aplicación de las normas existentes en un orden jurídico, reflexiona el abogado colombiano Carlos Agudelo.

La solidaridad no solamente tiene como propósito una causa noble; todo lo contrario, con ella no solo el Estado sino la persona, deben  hacer valer los principios de justicia y equidad que gobiernan toda sociedad civilizada. La condición del Estado, que tiene como máxima la protección de los hombres por vía de la solidaridad, también tiene como fin evitar que este principio, valor, norma y derecho sea utilizado por aquellos que se unen de modo solidario para ocasionar el mal. Con esta suerte, la solidaridad y dignidad son dos principios, valores, normas y derechos que se unen para hacer fuerte un orden social justo.

En ese sentido, las nuevas relaciones de interdependencia entre hombres y pueblos, que son, de hecho, formas de solidaridad, deben transformarse en relaciones que tiendan hacia una verdadera y propia solidaridad ético-social, que es la exigencia moral intrínseca en todas las relaciones humanas. La solidaridad se presenta, por tanto, bajo dos aspectos complementarios: como principio social  y como virtud moral.

La solidaridad debe captarse, ante todo, en su valor de principio social ordenador de las instituciones, mediante la creación o la oportuna modificación de leyes, reglas de mercado, ordenamientos.

La solidaridad es también una verdadera y propia virtud moral. Es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos.

En COFAVIC nos empeñamos cada día en fomentar el bien común, en extender la mano, en ser compasivos, en darle voz a quien no ha podido expresarse, en ser solidarios con las víctimas y sus familiares.

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